La mente brillante de este niño prodigio de Indiana, Estados Unidos, estuvo a punto de perderse en una enfermedad a la que a menudo los padres no saben cómo hacer frente.
Desde que fue diagnosticado, Jacob Barnett -Jake, para los amigos- no volvió a hablar.
Fueron largas las horas que pasaba Jacob en casa rodeado de expertos en educación especial que le guiaban en una suerte de terapia interminable con estrictos ejercicios, centrados en desarrollar sus habilidades más básicas, para sacar al niño de lo que se creía era una enfermedad que le marcaría toda la vida.
"Cuando Jacob volvió a hablar, lo hizo en cuatro idiomas", aseguró su madre, Kristine Barnett en una entrevista con la BBC.
Entonces, Barnett ya se había dado cuenta del talento especial de su hijo.
Desde pequeño, cuenta Kristine Barnett, "memorizaba cada calle de las ciudades donde íbamos de viaje y luego recreaba los planos en el suelo de nuestra casa con bastoncillos".
Recitar de carrerilla el alfabeto de principio a fin -incluido de la Z a la A- o dibujar patrones matemáticos en el suelo con una cuerda eran ejercicios de lo más común para Jacob Barnett, que se entrenaba en el silencio del autismo.
Una vez superó la barrera del habla a los 4 años, Jacob comenzó un sobresaliente aprendizaje que lo llevaría a la Universidad con apenas 11 años.
Un año después ya recibía un sueldo como investigador de física cuántica y ayudaba a alumnos de la Universidad en sus trabajos como "profesor adjunto".
Ahora, a sus 14 años, este estudiante de la Universidad de Indiana está cursando un doctorado en física cuántica "de la mano de su tutor", como concreta el joven a la BBC.
CRIAR A UN GENIO
La madre del niño prodigio, Kristine Barnett, recoge su historia en un libro en el que cuenta las dificultades y los espectaculares descubrimientos por los que ha pasado desde que su hijo fue diagnosticado con autismo moderado, casi grave.
Las noticias fueron devastadoras para la familia.
Como dijo al programa de televisión BBC Breakfast, en un principio tuvo dificultades para encontrar la educación adecuada para Jacob.
Tras lidiar con terapeutas diariamente, Kristine Barnett decidió ocuparse de la educación de su hijo y prepararle para entrar a la escuela con otros niños: se habían olvidado de proporcionarle una niñez como la de los demás.
"¿Por qué nos empeñábamos en 'arreglar' a Jacob? Cada vez se encerraba más en sí mismo, se acurrucaba entre libros en los rincones de la casa y ya no jugaba con sus amigos", apuntó la madre.
El secreto para ayudarle a brillar fue centrarse en los aspectos positivos de Jacob y permitir al niño hacer lo que mejor sabía: llenar el suelo y las paredes de modelos matemáticos.
Jacob sabía lo que hacía. "Para mí, aquellos patrones tenían mucho sentido".
Fue su madre la primera en darse cuenta del diamante en bruto que tenía en casa.
"Salimos un día a ver las estrellas. Nos tumbamos sobre el techo del auto, escuchando jazz, y pasamos un tiempo madre e hijo fabuloso. Meses después, fuimos a un planetario local y Jacob alzó la mano para responder a todas las preguntas que un profesor hacía a un grupo de alumnos. Eran conceptos complejos de física que un niño de 3 años y medio no alcanza a comprender", apuntó.
"El problema planteado en aquella clase era trivial", dijo mientras reía nervioso.
Cuando cumplió los 8 años, la obsesión por el Universo le había invadido hasta el punto que comenzó a ir a clases en la Universidad. Se sentaba en la última fila, en silencio, pero no podía evitar responder a todas las preguntas del profesor. No fallaba una.
Para Kristine Barnett, que supo manejar la mente extraordinaria de Jacob y lidiar con su enfermedad, todos los niños "tienen un don especial".
Lo mejor, dice, es saber rodearlos de "muchosidad" que ella lo atribuye a una gran cantidad de cosas que el niño o la niña adoren -música, arte... "Sólo así se podrá sacar lo mejor de ellos".
Los expertos aseguran que Jacob Barnett, quien quiere dedicar su vida a la Física, tiene un coeficiente intelectual superior al de Albert Einstein y lo señalan como posible futuro ganador del premio Nobel por su teoría original sobre astrofísica, que desarrolló con 12 años, una edad en la que los intereses de un joven están siempre fuera de las aulas.
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